Dicho de otra manera, que más de la mitad de los argentinos sufren pobreza y que más de la cuarta parte de los argentinos está sumergida en la indigencia.
Más aún, el 49% de los argentinos (aproximadamente la mitad, entonces) recibe subsidios del Estado, que naturalmente la otra mitad paga a través de una presión fiscal absolutamente agobiante. La situación actual es tan mala, que el 10% de la población tiene dificultades graves para poder comprar los alimentos esenciales.
La fotografía que los datos precedentes conforman, es parte de una película que lleva ya décadas, caracterizada por un deterioro permanente de la economía nacional. Los últimos dos responsables, ciertamente no los únicos, son Cristina Fernández de Kirchner, que nos gobernó desde el año 2007 hasta el año 2015, y el actual presidente, Alberto Fernández, considerado por muchos como una persona sin la idoneidad y experiencia necesarias para gobernar un país, lo que cada vez es más visible.
Tan es esto así, que la respetada líder alemana, Angela Merkel, acaba de implorar al presidente Alberto Fernández que emita “señales adecuadas” para poner en marcha la economía argentina. El oficialismo, mientras tanto, faltando a la verdad, señala que en la Argentina hay menos pobreza que en Alemania, lo que es increíble.
A lo antedicho se agrega la reciente publicación de una dura nota en el respetado “El Economista”, en la que se caliica a Alberto Fernández como “un presidente sin plan” y “errático”. Esto es, un improvisado.
Nuestro presidente gobierna con un esquema bicéfalo, que comparte con su vicepresidente, cuya reciente gestión presidencial profundizó la larga declinación argentina.
Para la revista citada, se trata de “un matrimonio sin amor”, entre los dos nombrados. Nuevamente los hechos lo confirman, desde que Cristina Fernández de Kirchner está tratando, inútilmente, de “despegarse” de Alberto Fernández, haciendo pública su visión de que ella no es quien gobierna. Con las desavenencias entre ambos mandatarios, recuperar la confianza es hoy una aventura casi imposible.
No obstante, Angela Merkel tiene razón y todavía hay algún espacio para cambiar de rumbo, tomando medidas no populistas, sino racionales.
Ello supone enviar señales concretas a quienes, dentro y fuera de la Argentina, son capaces de invertir en nuestra economía.
A mi modo de ver, la señal indispensable es la de no sancionar el llamado “impuesto a la riqueza”, un pesado tributo, presuntamente solidario. Ese impuesto, si es sancionado, adicionaría presión tributaria en una economía que cada vez tiene menos capacidad para respirar. Ahogándola, entonces. Esta vez el error tendría nombres y apellidos, que no podrán olvidarse si la sanción del nuevo impuesto condena a la Argentina a vivir, por lo menos, un quinquenio más de declinación.
Ocurre que el nuevo tributo profundizaría la larga recesión que –por años- se abate sobre los argentinos. Y sería todo lo contrario a comenzar a recuperar la confianza, interna y externa. Por esto, la marcha atrás en el grotesco aumento de la presión tributaria y en el desaliento a la inversión podría ser la señal que reclama Angela Merkel, a quien muchos acompañamos en el deseo –íntimo y sincero- que nuestro país salga de la decadencia que lo castiga desde hace varias décadas.
En juego está la prosperidad de nuestros descendientes y la interrupción de nuestra ya larga marcha “cuesta abajo”.
relacionadas
Oportunidades y desafíos del mercado inmobiliario en 2024
“Creemos en la iniciativa privada, en el criterio de fideicomiso donde el IAPV puede aportar terreno y el privado la obra”
¿Cuánto debe valer el dólar?