abril 20, 2024

entreObras

Del default económico al riesgo del default político

Por LUCAS ROMERO / Politólogo. Director de Synopsis Consultores

El pasado 28 de enero, un principio de acuerdo «sobre políticas clave» con el FMI, permitió que el gobierno de Alberto Fernández pagará el vencimiento pendiente con el organismo y evitara el default de la deuda. Pero los detalles del entendimiento, provocaron un par de días después, la renuncia de Máximo Kirchner a la presidencia del bloque de diputados oficialistas.

Es una señal que materializa una fisura importante en el Frente de Todos en el tema más importante que esta gestión tiene por resolver. Viendo toda la secuencia y sintetizándola, uno podría concluir que el Gobierno evitó por ahora el default económico, pero sumó a la escena el riesgo de un default político.

La renuncia de Máximo se convierte, luego de la crisis provocada por la carta de Cristina tras la derrota en las PASO, en la segunda gran crisis que sufre este oficialismo. Una crisis que, a diferencia de la primera, muestra al principal sector político de la coalición, no solo manifestando diferencias, sino deslizando que como consecuencia de la decisión tomada, las cosas en el futuro ya no serán iguales.

Entonces, resulta válido preguntarse por el estado de salud en el que queda el Frente de Todos. Porque uno puede tener matices y diferencias dentro de una coalición de gobierno en temas que resulten secundarios a los desafíos centrales que se enfrentan. Lo que no puede haber son profundas diferencias en la forma de resolver el principal desafío a enfrentar: la renegociación de la deuda con el FMI y el eventual programa económico que surja de esa renegociación. Sobre todo porque la decisión terminará condicionando significativamente la gestión de gobierno.

Uno podría apelar a la distinción que Max Webber hacía de éticas que guían la conducta de los políticos, y entender que Máximo está actuando bajo la ética de la conviccióny el presidente bajo la ética de la responsabilidad. Pero ese análisis no sería justo con la dimensión política del asunto. La decisión de Alberto Fernández (acordar con el FMI) y la decisión de Máximo Kirchner (renunciar a la presidencia del bloque) responden a la ética de la conveniencia. Si Alberto cree que con este acuerdo aún se pueden ganar las elecciones 2023 (el acuerdo conviene), Máximo cree todo lo contrario, con el agravante de que está convencido que se podía haber negociado de otra forma con otros resultados, quizá el motivo más relevante del enojo de él y de Cristina.

En algún punto, desde el kirchnerismo ven a Martín Guzmán, como en los ´70 el peronismo de izquierda veía al entonces delegado personal de Perón Jorge Daniel Paladino: alguien que de representar los intereses propios frente al adversario (el FMI), se transformó en un representante del adversario frente a los intereses propios.

Resulta interesante recordar la historia de Paladino por sus similitudes con el caso actual. A fines de 1968, luego de la muerte de Jerónimo Remorino, Perón decide designar a Paladino como delegado personal en su exilio en Madrid. El objetivo principal de Paladino era consolidar el movimiento peronista y construir vínculos con las otras fuerzas políticas para pavimentar un sendero de retorno a la democracia. Para ello, Paladino entabló conversaciones con el gobierno militar para buscar esa salida política, salida que cobró fuerzas con la llegada de Lanusse al poder. Pero esa negociación con Lanusse recogió tantas críticas de los sectores peronistas de izquierda que Alicia Eguren, viuda de John William Cooke, llegó a decir que Paladino no era el delegado de Perón ante Lanusse sino el delegado de Lanusse ante Perón.

La anécdota sirve como metáfora del sentimiento que invadió a Máximo y muchos de sus seguidores a lo largo de toda la discusión con el Fondo, de creer que en la negociación Guzmán se comportó más como un delegado del FMI ante la Argentina que como el delgado del país en la negociación con el organismo, por lo poco que se consiguió de todo lo que se había propuesto conseguir (ni más plazo, ni quita o condonación parcial, ni menos tasa, ni deuda verde, etcétera).

Pero el enojo del kirchnerismo no es sólo por las metas conocidas del programa, sino porque a fin de cuentas no se trató de una reestructuración de los vencimientos, lo que hubiera despejado de riesgo de default en el camino hacia 2023. 

Lo ofrecido por el FMI fue un plan de refinanciamiento hasta 2024 donde el FMI prestará oportunamente la plata para pagar los vencimientos del stand by de 2018, siempre que se cumpla exitosamente con las revisiones trimestrales. Es cierto que se está negociando un desembolso importante al comienzo, pero la lectura política de esto es que se tendrá la soga al cuello durante todo el proceso electoral 2023. Algo muy difícil de metabolizar políticamente.

En definitiva, es cierto que, por primera vez en su ciclo, el Presidente ha decidido imponer su voluntad por sobre las diferencias con su vice y el kirchnerismo. Pero esta novedad de tener un Presidente que decide tomar con más determinación el timón del barco («el que decido soy yo», dijo), se produce en el mismo momento en que, por esta fisura pública en el oficialismo, se debilitan las condiciones de gobernabilidad

El liderazgo presidencial emerge justo cuando la coalición se descompone por sus diferencias internas, y ello le planteará desafíos enormes a la hora de implementar el programa que finalmente se acuerde. Porque frente a las complicaciones que puedan surgir (malestar social por alta inflación, por ejemplo), un sector interno del oficialismo estará presto a cuestionar o criticar las consecuencias negativas del programa, y ello agiganta el riesgo político de incumplimiento del acuerdo.

Quizá el quiebre formal no suceda (ni en lo inmediato ni más adelante), porque nadie quiere ser quien provoque una crisis terminal de este ciclo. Pero queda claro que la decisión de Alberto Fernández de cerrar este acuerdo con el FMI detonó definitivamente la relación interna dentro del oficialismo, lo que será una dificultad más para la implementación de un acuerdo que, ya de por sí, es difícil de cumplir dadas las condiciones sociales prevalentes.

Alberto quedó más a cargo del destino del Frente de Todos, pero ya no contará con el apoyo incondicional del principal sector de la coalición. Los últimos dos años se transitarán al borde del default económico, pero también al borde del default político. Todo un desafío para una Alianza que, a la luz de lo que vimos, nunca terminó de encontrar su funcionamiento.